“Dicen que una de las cosas más gratificantes que puedes hacer por ti mismo en el día a día es halagar a otros”, me dijo esta mañana uno de mis hijos mientras manejábamos la larga carretera a casa. “Claro, también recibirlos es placentero,”, continuó, "a menos de que traigamos algo mal acomodado a nivel del ego y entonces la experiencia de ser objeto de un halago nos resulte incómoda y desagradable, lo cual realmente, ahora que lo pienso, no es tan raro”.
De ahí se desató una conversación interesante alrededor del tema, pero más allá de hablar de egos desacomodados, inseguridades y falsas modestias, quisiera concentrarme en la primera parte de lo que mi hijo compartió, pues ahí existen cientos de posibilidades que están al alcance de la mano para contribuir a nuestro bienestar (y al de toda la humanidad).
De entrada, podría parecer que, justamente, recibirlos sería más gratificante. Lógica elemental. ¿Por qué entonces hay cada vez más estudios que consistentemente apuntan al hecho de que la práctica de halagar honestamente a otros es una fuente de bienestar mental y emocional, incrementado nuestra resiliencia, equilibrando nuestros niveles de estrés y contribuyendo a nuestra salud física?
Empecemos por lo obvio: para poder halagar, tenemos que concentrarnos en percibir lo positivo. Es decir, de manera deliberada, estamos ordenando a nuestra mente buscar algo bueno en el conjunto de lo percibido, dejando de lado todo lo demás que podríamos juzgar de manera negativa. Estamos, pues, colocándonos en un espacio abierto, receptivo, pero en el que hacemos un uso efectivo de nuestra capacidad de discernimiento para enfocarla a lo bueno, lo bello, lo placentero, lo virtuoso, lo útil, lo grato. Hacer esto de manera reiterada, resulta en un verdadero entrenamiento para que a nuestra mente le sea natural el percibir lo positivo, resultando en una mejor experiencia de absolutamente todo lo que experimentamos.
Inevitablemente, este estado nos lleva a desarrollar una de las virtudes humanas que más se identifican con la felicidad: el agradecimiento. Como estado del ser, el agradecimiento es quizá el más satisfactorio de todos los posibles, pues no nada más nos encontramos en paz, en “acuerdo con la vida”, sino que nos hace conscientes de lo que es y de que lo que es, es bueno. Es decir, es una paz que nace del reconocimiento y la apreciación por lo que es. Además, el agradecimiento es uno de esos estados que generan un círculo virtuoso en quienes los practicamos: mientras más agradecemos, más “entrenados” estamos para encontrar y reconocer cosas que agradecer, elevando cada vez más nuestro estado de consciencia y permitiéndonos responder con más presencia e inteligencia a las circunstancias.
Pero a la hora de halagar a otros, la cuestión no termina ahí, porque no nada más estamos buscando lo bueno, sino que estamos yendo más allá y haciendo el esfuerzo de compartirlo abiertamente con la persona. Y no, no es lo mismo nada más notar que el ejercicio de articular frente a ese otro lo que apreciamos en él. Hacerlo nos obliga a ejercitar también nuestra creatividad (nos invita a encontrar maneras de expresión que resulten agradables) y nuestra vulnerabilidad (nos obliga a salir de nosotros mismos y conectar con el otro), estableciendo o reforzando de manera positiva una relación activa con el otro. La importancia de tener relaciones interpersonales sólidas y nutridas es actualmente reconocido como uno de los aspectos más importantes para el bienestar general de las personas.
Por si todo esto fuera poco, notemos también algo fundamental en la naturaleza humana: los comportamientos que son celebrados, son repetidos. Así es: a todos nos gusta ser vistos, reconocidos y apreciados, por lo cual aprendemos a comportarnos de maneras que incrementan la posibilidad de que así sea. Además, los estudios demuestran que las personas que se sienten reconocidas, tienen a ser más abiertas, más colaborativas, más dispuestas a cooperar. Si halagar a otros refuerza comportamientos que nos son agradables y ayuda a que las personas estén más “disponibles”, podríamos decir, entonces, que halagar a otros es una manera de “construir” el mundo que queremos.
Lo que sí es importante, y los estudios avalan el hecho, es que los halagos deben ser sinceros para tener los efectos positivos, tanto en los que los estamos dando como en aquellos que los reciben. No solo porque los seres humanos comunicamos incluso de manera no verbal que con las palabras (y a nadie le gusta recibir un halago falso), sino porque, justamente, lo que estamos buscando es ejercitar nuestra capacidad de notar lo bueno, que no tiene nada que ver con nuestra capacidad de mentir y lamerle las botas a alguien.
Como ven, esto de halagar es un ganar — ganar para todos, sin excepción. Vale la pena hacer el experimento, ¿no creen?
Pongan atención, sean específicos, sean deliberados, sean generosos en sus halagos, y vean cómo el mundo a su alrededor se transforma por completo.
Marina Galán
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