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Foto del escritorAlexis Copello

El cuento de la buena pipa, por Alexis Copello


 

En mi infancia jugábamos a una dinámica muy sencilla y al mismo tiempo muy irritante. Probablemente la conozcas. Consistía en lo siguiente: en cualquier momento y sin previo aviso le preguntabas a tu compañero o compañera del momento: “¿Querés que te cuente el cuento de la buena pipa?” y cualquiera de las respuestas que la otra persona ofrecía era incorrecta; entonces le repetías la pregunta: “No, te estoy preguntando si ¿Querés que te cuente el cuento de la buena pipa?” Esto se repetía hasta el aburrimiento, el hartazgo o la pelea. Todo dependía del grado de tolerancia y paciencia de los jugadores.


Como podrás apreciar el único objetivo que tenía la pregunta era la de hacerte entrar en un loop sin sentido y sin salida. Una vil trampa urdida de forma premeditada para llevarte a las fronteras de tu tolerancia y, por si fuera poco, sin recompensa alguna. Sin embargo, hay una gran moraleja escondida detrás. Las implicancias de no escuchar.

 

Pasaron los años, atrás quedaron esos juegos de la niñez, pero suelo descubrirme en una estrategia similar, ahora jugando en solitario. Cambian algunos matices, pero la esencia se replica como entonces. Me hago preguntas que nunca tendrán una respuesta correcta, nunca, porque están hechas con ese fin.


Otras veces, la pregunta primigenia del juego inconsciente dispara una catarata de nuevas preguntas que se apoyan en aquella y voy tejiendo un entramado de preguntas con respuestas que me dejan en el mismo punto de inicio, aunque en apariencia hice un larguísimo camino de reflexión.


Bajemos esto a un ejemplo para ponerlo en contexto, aunque asumo que vislumbras por dónde va la cosa, pues todos los humanos caemos en estas tretas del ego. Al momento de escribir esto, hace exactamente una semana que tuve una conversación con mi mujer. Como consecuencia de ello fueron modificadas algunas cuestiones logísticas que impactaron de pleno en mi rutina laboral. “¿Por qué no entiende mis necesidades?” “¿Por qué es tan egoísta?” “¿Y si la cosa fuera al revés?" Son algunas de las preguntas que asomaron y que no hacían otra cosa más que ruido y dejarme anclado en el mismo lugar.


Cuando noté el sentir al que me llevaban estas preguntas y las respuestas que yo mismo daba a esas preguntas, el panorama se despejó y mi foco de atención cambió. Es aquí donde la moraleja que te comenté al principio rinde sus frutos. En el preciso momento en que me doy cuenta de que no me estoy escuchando, que lo que acontece es un diálogo interno entre distintas voces mías que van alternando sus roles, ese es el punto de quiebre cuando puedo detener el juego. ¡Bum! Es un final que aligera, aliviana, descomprime y trae alivio. La trampa se desactiva y puedo regresar al presente. “Ok, así las cosas ¿Cuál es mi próximo paso a dar priorizando mi paz interior?” Trampa desactivada.

 

Mi querido amigo, amiga que estás leyendo esto, la buena noticia, una vez que has entendido cómo funcionamos y construimos nuestras experiencias de vida de adentro hacia afuera, es que cada vez permaneces menos tiempo en el loop sin salida de preguntas estériles o, para ser más preciso, de preguntas cuya utilidad es ser recordatorio para que te escuches en profundidad, lo cual es un gran regalo, pero no así las respuestas que traigas a las preguntas.

 

Claro que puedes quedarte allí, corriendo en tu cinta sin avanzar ni un centímetro de donde estés, pero aparentando que sí. Eso también es una opción válida e incuestionable. Todo dependerá de tu nivel de tolerancia. Siempre estará a tu alcance la posibilidad de dejar de correr, detenerte, escucharte y volver a sentirte en comunión con el presente. Te mando un abrazo, paz y el deseo de que cada día elijas ver un bello día.

 

 Alexis Copello

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