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Resignificar por Isabel Castellanos

Foto del escritor: Isabel CastellanosIsabel Castellanos

Recuerdo haberle contado a alguien que le tenía miedo al mar. Durante mucho tiempo dejé de disfrutar "tocarlo". En algún momento decidí revisar por qué tenía ese miedo, y me bastaron 10 minutos para darme cuenta de que el miedo no era al mar en sí, sino a morir ahogada. Sin embargo, morir ahogada podría suceder incluso con un pedazo de manzana, y a las manzanas... nunca les tuve miedo.


Más allá del concepto de "mar" o de la improbable posibilidad de morir ahogada (considerando la infinidad de formas de morir), quiero hablar del miedo en sí.


Lo mismo que sucede cuando profundizamos en el origen de un miedo específico, quiero explorar con ustedes el miedo a tener miedo. Huimos de este sentimiento como si fuera a matarnos. Pero ¿y si nos permitimos mirarlo de cerca, resignificarlo? El miedo es un termómetro que nos avisa lo que pensamos sobre una situación, una circunstancia, o un futuro próximo o lejano. Es una herramienta de nuestro sistema diseñada para ayudarnos.



Sentir miedo en un lugar oscuro, por ejemplo, hace que nuestras pupilas se dilaten para ayudarnos a ver mejor. En casos evidentes, nos ayuda a reaccionar cuando nuestra vida corre peligro. Y de manera más sutil, día a día, el miedo nos señala que estamos "experimentando" algo que nos hace sufrir.


Sin embargo, ese "algo" no es lo que nos hace sufrir. Lo que realmente nos causa sufrimiento es lo que pensamos acerca de ese "algo". Es nuestro proceso personal de significación. Para mí, estar frente al mar no era el problema; el problema era lo que yo pensaba sobre él.


Si resignificamos el miedo y lo vemos como una herramienta valiosa, podemos reducir el sufrimiento innecesario que generamos con las historias que nos contamos. Este mismo proceso de resignificación puede aplicarse a nuestras ideas sobre la felicidad. Sí, incluso el concepto de buscar ser más feliz puede generar sufrimiento, porque está ligado a una percepción de escasez: sentimos que algo nos falta para alcanzarla.


Un ejemplo sencillo es cómo interpretamos el proceso natural de la vejez. ¿Qué piensas sobre crecer más allá de los 30? ¿O los 40, 50, 60 años? Los pensamientos que sostienes acerca de estos números pueden influir profundamente en cómo vives.


Tomar conciencia de tus propias interpretaciones sobre la vida puede transformar tu camino en un instante. Resignificar lo que te asusta o lo que te hace feliz te invita a vivir de manera más simple y libre.


Isabel Castellanos


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